
Rodin en el Met: El Poder De Las Manos
Fecha: 16 de Septiembre de 2017 — 15 de Enero de 2018
Museo: The Met Fifth Avenue, USA
Auguste Rodin
Si miramos atrás, desde la escultura de la Edad Media hasta la Antigüedad, y desde ahí hasta los orígenes del tiempo, oeno parecería que el alma humana siempre hubiera anhelado, particularmente en momentos decisivos, un arte que ofreciera más que palabra e imagen, más que parábolas y apariencias, que reflejara sus deseos y ansiedades?
La última gran época de la escultura fue el Renacimiento, una época en la que la vida experimentaba una renovación, cuando el misterioso rostro de la humanidad fue descubierto de nuevo; un tiempo que hizo posibles los grandes gestos.

oeY ahora? oeEs posible que haya llegado otra época que demanda esta forma de expresión, una época que exige una interpretación fuerte y perspicaz de aquello que era confuso y enigmático? He aquí una labor tan grande como el mundo.
Y al hombre a quien fue encargada era desconocido, sus manos buscando pan ciegamente. Estaba complemente solo, y si hubiera sido un verdadero soñador, hubiera soñado profunda y hermosamente, hubiera soñado algo que nadie más hubiera comprendido, alguno de aquellos sueños interminables en los que la vida pasa como un día.

Pero este hombre joven, que se encontraba en ese momento trabajando en la fábrica de Sèvres, fue un soñador cuyo sueño pasaba por sus manos, y empezaría de inmediato a hacerlo realidad. Tenía cierta idea de cómo empezar; una calma interna le enseñó el camino de la sabiduría.
Su profunda armonía con la naturaleza era evidente incluso en aquel periodo, esa armonía tan bien descrita por el poeta Georges Rodenbach, quien llama sencillamente a Rodin una fuerza de la naturaleza. Cuando los escasos amigos a su alrededor lo incitaban y desafiaban, Rodin respondía: ÿUno no debe nunca precipitarse.
Su arte no se basó en una gran idea, sino más bien en la fuerza de una humilde y concienzuda ejecución, en algo realizable, en la habilidad. No existía en él la arrogancia. Se entregó con devoción a esta modesta y difícil belleza que podía contemplar, emplazar y juzgar. El resto, la grandeza, sólo vendría cuando todo lo demás estuviera terminado, así como los animales van a beber cuando la noche ha concluido y ya no hay cosas extrañas en el bosque.

Rodin nunca dejó de pensar en sí mismo como un principiante. Nadie conocía sus obras; tenía pocos amigos y aún menos en quienes pudiera confiar. Protegida detrás de los esfuerzos que la sostenían, su obra continuaría creciendo, esperando su momento.
Leía mucho. La primera lectura de la Divina comedia de Dante fue una inmensa revelación. Vio los cuerpos sufrientes de otra generación. Vio, a lo largo de incontables días, un siglo despojado de sus vestidos, y reconoció el gran e inolvidable juicio del poeta sobre su época. De Dante pasó a Baudelaire. Allí no había ningún tribunal enjuiciador, ningún poeta ascendiendo al cielo de la mano de una sombra. Aquí, por el contrario, había un simple ser humano, un simple mortal que sufría como todo el mundo, levantando su voz por encima del estruendo, como si nos salvara a todos de la destrucción.
Después de años de trabajo solitario, emergió con una de sus obras. Era una pregunta lanzada al público, que respondió de forma negativa. Así que Rodin se encerró de nuevo en sí mismo durante trece años. Estos fueron los años en los que, esforzándose en la oscuridad, evolucionó hasta convertirse en un maestro, adquiriendo un dominio completo de su arte, trabajando, pensando y experimentando de manera constante, sin recibir influencias de su tiempo, que no se fijaba para nada en él…
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