
El buen camino
Llego a la estación pronto por la mañana. Me esperan días largos lleno de edificios, monumentos, caminatas, museos, visitas, fotografías, preguntar a extraños (para mí, no para el lugar), autobuses, etc. Hacer turismo no es tarea fácil, ni puede considerarse vacaciones. Es erróneo pensar que aquellos que van una semana a visitar una ciudad repleta de cosas para ver disfrutan de un agradable período de relajación. Es un trabajo como otro cualquiera, no se equipara a picar piedra, por supuesto, pero sí a cualquier semana estresante de trabajo con un informe que entregar antes del sábado. Los momentos dedicados a comer y beber son apenas disfrutados si no suponen más que un paréntesis entre aquí y allí, ¿estará todavía abierto o habrá cerrado ya?, hay que probar este lugar que, infortunio, está en el otro extremo, todavía me queda llegar hasta el hotel, etc.
Pero no todo es negativo, si lo fuera nadie perdería el tiempo visitando esas ciudades que desfilan por los medios de comunicación por sus maravillas arquitectónicas. Descubrir de primera mano los lugares que pueblan nuestra imaginación desde pequeños, observar la grandiosidad de monumentos y edificios tantas veces aplastados en la segunda dimensión, pisar las calles que han conocido tanta historia y por las cuales desfilaron personajes que marcaron hitos, detenerse (poco tiempo, ¡todavía me queda tanto por hacer!) para admirar el sol despertando los tejados, perderse durante un tiempo y olvidarse de estar en tierra ajena.
Cuánto me gusta perderme. Me aislo unos instantes y busco el enclave adecuado para el vicio. Saboreo los segundos previos a la satisfacción de mis deseos. Extraigo con la rutina de una acción tantas veces repetidas el ejemplar que me acompaña en este viaje y que calma mis ansias de acción, estrés y encadenación de eventos significativos. Me entrego al hedonismo. No me siento extranjero en esta tierra una vez mi cuerpo ha asimilado los primeros estímulos que mi placer diario me provoca. Hoy me toca Pedro Pablo Rubens.

Óleo sobre lienzo, 76 x 66 cm. Alte Pinakothek, Múnich.
Su tamaño manejable y su idónea flexibilidad son perfectos para entrar en cualquier sitio y ocupar apenas el espacio de un par de calcetines. Tengo 10 para elegir y no hay error con ninguno de ellos. Los más grandes y sus más grandes obras. La caja viaja en la maleta y el libro me acompaña a todas partes. Cada vez que tengo un rato libre o algo me supera, tengo a mano la Galería de Arte más completa y reducida del mundo. No hay lugar extraño que no se vuelva propio, ni sitio desconocido que me haga estar perdido. Art Gallery me sirve siempre para encontrar el buen camino.


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moorezart
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