
Lecciones de la historia
Las cosas en la historia del arte no siempre se aprecian de la misma manera. La exposición recién inaugurada en la National Gallery de Londres, Strange Beauty. Masters of the German Renaissance, es buena prueba de ello. El aficionado de hoy no dudaría, al margen de sus preferencias particulares, en situar a Durero y Cranach a la altura de los grandes artistas italianos de la misma época, pero esto no siempre fue así. En 1854 la National Gallery de Londres adquirió 64 obras alemanas de los siglos XV y XVI, pero al cabo de sólo dos años 37 de esas piezas fueron desterradas de su colección. Por inverosímil que parezca, el asunto llegó al Parlamento inglés, y fue allí donde se expedió el acta que autorizó la salida de esas 37 obras de la galería londinense. La decisión fue fruto del consenso artístico de la época, que consideraba que la pintura renacentista alemana era infinitamente inferior a la italiana, cuando no directamente “fea”.

La historia del arte es muy parecida a la historia a secas, sobre todo porque ambas transmiten una lección muy valiosa: que las cosas no siempre han sido iguales. A veces las conclusiones más pedestres, como esta que acabo de exponer, son las más profundas. Hoy uno se pasea por los museos y ve obras de Van Gogh o de Gauguin y lo considera lo más normal del mundo. Pero uno no es consciente de todo su valor hasta que no aprende que, en el momento de hacerse, esas mismas obras no interesaban a casi nadie. En Inglaterra, a la vez que surgía un violento rechazo a la pintura de los prerrafaelitas, tenía lugar un escándalo similar en relación no ya con jóvenes insolentes, sino con artistas que habían muerto hacía tres o cuatro siglos. Esta es una valiosa lección.

A cualquier estudiante de arte hoy le enseñarán a apreciar a Botticelli y a Rafael, pero también a Cranach y Grünewald. Tendemos a proyectar nuestra visión contemporánea sobre los acontecimientos del pasado, y este es el error más grave que puede cometer cualquier historiador. Donde nosotros ahora apreciamos genio, destreza o expresividad, los espectadores del siglo XIX quizá sólo veían que aquellas pinturas alemanas eran más toscas y menos bellas, en el sentido tradicional del término, que las de los italianos. Desde luego que desde entonces hemos ampliado nuestro campo de apreciación estética, para bien, pero no podemos zanjar el asunto diciendo que antes de llegar nosotros la gente era más tonta. Una exposición como la de la National Gallery debería, más que ensalzar el Renacimiento alemán –cuyo valor ya está asentado–, hacer ver al espectador que lo que uno toma por buen gusto no siempre fue tal y que lo que ahora es aceptado como valioso puede pasar con el paso de las décadas a ocupar el puesto de nota al pie o curiosa extravagancia.

En nuestro catálogo podrás encontrar numerosas obras sobre el Renacimiento que te servirán para comparar el arte producido dentro y fuera de Italia en los siglos XV y XVI.
Rubén Cervantes Garrido.


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